Yo era una estudiante universitaria de Filología Hispánica cuando conocí a la escritora Almudena Grandes. En el verano de 1999 (uno de los peores de mi vida), tras el suicidio de mi tío Javier, mi padre tuvo la ocurrencia de regalarme un libro titulado Las edades de Lulú (1989), que me salvó, como solo salva la literatura.
Aquella lectura determinó mi futuro, me entusiasmó tanto aquella novela que decidí que quería hacer una tesis doctoral sobre aquella escritora y me puse a leer todo lo que había publicado. Mi siguiente lectura fue Malena es un nombre de tango (1994), que sigue siendo uno de mis libros preferidos de Almudena.
En el año 2003 tuve la suerte de conocerla personalmente tras un acto que organizaba el Centro Cultural Generación del 27 de Málaga y le conté mis planes de hacer una tesis sobre su obra (que luego no sería tal puesto que mi directora me aconsejó que cambiara de tema ya que era muy difícil hacer una tesis sobre una obra en proceso). Aquel encuentro puntual, en el que una lectora se encontraba con su admirada escritora, se repitió en febrero de 2004, fecha en la que -aprovechando un viaje a Madrid- quedé con ella a solas en su querido Café Comercial (Glorieta de Bilbao) de su admirado barrio de Chamberí. Ahí, comenzó una amistad sincera, generosa y de profunda admiración.
A la par, fui leyendo todas las novelas que componen lo que yo considero la primera parte de su obra narrativa: Te llamaré Viernes (1991), Atlas de geografía humana (1998), Los aires difíciles (2002), Castillos de cartón (2004) y los volúmenes de relatos: Modelos de mujer (1996) y Estaciones de paso (2005).
Mis primeros artículos científicos se los dediqué a Lulú y a Malena y Almudena siempre me facilitó el trabajo con la generosidad y bondad que la caracterizaban.
Todos estos títulos componen un extraordinario testimonio vital y una crónica generacional que nos proporcionó muchas respuestas y modelos que seguir, dando cuenta de unos cambios, sobre todo referidos a la mujer, en los que nos sentíamos retratadas varias generaciones. El Madrid de la movida, la Transición Democrática, la libertad (en todos los sentidos), la experimentación sexual, el goce, el placer femenino, la incorporación de la mujer al mundo laboral, la literatura como salvación, la posibilidad de recomenzar a mitad de nuestra vida, las nuevas oportunidades… Toda una galería de argumentos y personajes que están grabados en mi corazón y que, a veces, vuelven a través de una sonrisa o de un gesto cómplice, dulce y aparentemente insignificante.
Luego, llegó el momento de ir leyendo su obra a la par que se publicaba, a veces, Almudena me regalaba el privilegio de leer sus novelas antes de que salieran. Y así sucedió, por ejemplo, con El corazón helado (2007), la novela que marca un punto de inflexión en la narrativa de Almudena y que la convierte ya, para siempre, en una autora gigante.
Me contó su ambicioso proyecto narrativo cuando solo era una idea, pero ella, lo tenía muy bien armado, era una maestra en la arquitectura de las palabras y la estructura de sus libros, de su obra, es de tal consistencia que pervivirá para siempre en nuestras letras. Aquel proyecto se titulaba “Episodios de una guerra interminable”, que constaba de seis títulos, de los que se han llegado a publicar cinco: Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del doctor García (2017) y La madre de Frankenstein (2020).
Pude asistir a las presentaciones en Madrid de los tres primeros títulos, coincidiendo con la época en la que viví en la capital, muy cerca de su casa y que nos permitió comer juntas en muchas ocasiones, contarnos nuestras preocupaciones, compartir experiencias y confidencias y disfrutar de una amistad única e irrepetible.
“Episodios de una guerra interminable” es un proyecto narrativo que, a pesar de haber quedado inconcluso, da fe de la inmensa escritora que era Almudena, de la humanidad y la verdad que se respira en su obra, de su compromiso con la memoria histórica y con los nombres “sin nombre” que construyen la instrahistoria más importante de nuestro devenir histórico.
En 2015 nos regaló otra joya, que ratifica una vez más la sensibilidad que tenía Almudena para mirar y sentir el mundo: Los besos en el pan, una novela que retrata los estragos que produjo la crisis económica, tema de conversación que compartí con ella muchas veces, cuando me veía con una tesis doctoral, un montón de títulos universitarios y mi futuro profesional truncado por completo. Ella me alentó, en aquellos años, para que mantuviera la esperanza y siguiera remando a pesar de las tormentas que tuve, que tuvimos, que librar por esos años. Y así lo hice, hasta llegar a donde estoy, al frente de la Fundación Rafael Pérez Estrada, donde tuve la suerte de llegar a invitarla y tenerla a mi lado en uno de nuestros Encuentros Planetarios.
Los últimos años, tras mi regreso a Málaga, en varias ocasiones me he quedado en su casa durante mis fugaces viajes a mi Madrid, su Madrid, nuestro Madrid. En una casa llena de libros, de letras, de palabras, de poesía, de amor, de esperanza, de admiración, la casa que compartía con su marido, mi admirado Luis García Montero, y con sus hijos. Una casa que se me antoja vacía y silenciosa sin la presencia de Almudena, toda vitalidad, fuerza, alegría…
El día de su muerte, conocí la noticia por los innumerables mensajes que recibí tras hacerse público. No podía creerlo. Sigo sin poder creerlo.



Pero escucho su risa, su voz y siento su energía cada vez que abro uno de sus libros, porque su esencia, su alma, están en sus novelas, esas que nos regaló para hacer de este mundo un lugar mejor, más justo, más bello. Por eso solo os pido que la leáis, que descubráis a Manolita, a Inés, a Lulú, a Malena, a Ana, a Rosa, a Marisa, a Fran, a Reina, a María José, a Jaime, a Marcos, a Nino, a Álvaro, a Raquel, a Aurora, a Juan, a Sara, a Guillermo y a un sinfín de personajes más que componen su universo, un universo lleno de humanidad, de verdad, de vida, toda la vida que ni siquiera la muerte puede borrar.
In memoriam Almudena Grandes