Hoy se cumplen doscientos años del nacimiento de uno de los escritores más importantes de nuestra historia literaria: José Zorrilla, quien vino a este mundo en Valladolid un 21 de febrero de 1817.
Zorrilla creó, más bien recreó -inspirado en el famoso personaje de Tirso de Molina-, uno de los tipos más universales de nuestra literatura, el don Juan, que junto con la Celestina, el pícaro Lazarillo o el Quijote conforman algunos de los mitos imprescindibles de la cultura española.
Si estos personajes fueran anglosajones o, mejor aún, americanos, el orgullo patrio por reivindicar la cultura como valor de marca habría convertido a esto personajes en auténticos iconos culturales y seguro que tendrían, por ejemplo, hasta un parque temático ambientado en las aventuras de don Quijote de la Mancha.
Sin embargo, hablando de donjuanes, ni don Juan, ni Juanillo…, en España asistimos cada año a aniversarios, centenarios y conmemoraciones de segunda, sin un presupuesto digno a la altura de muchas efemérides, una inversión mínima que debería destinar un país que tiene en su cultura un diamante en bruto que no valora, ni quiere valorar. Y lo que es aún peor, con una planificación nula y una programación apresurada de última hora para salir del paso como buenamente puede cada año, con cada celebración.
Muy pocas instituciones se salvan, aunque por suerte las hay. Quiero destacar, por ejemplo, la excelente labor que está realizando -a todos los niveles- la Biblioteca Nacional de España, que trabaja cada día para hacer accesible la cultura, nuestra cultura, al mayor número de personas posibles; que conjuga la planificación y programación offline con el impulso y el empleo de las nuevas tecnologías para avanzar en humanidades digitales (ámbito en el que vamos, como ocurre siempre, con retraso); que da cabida a autores muy conocidos y deja espacio para que descubramos a los desconocidos; y un largo etcétera.
Debemos planificar, programar y actuar con la ayuda de los profesionales de la cultura (cultural management), que están sobradamente preparados para llenar de contenidos de calidad la programación cultural (content curator), gestores que saben conectar con el público más joven (fomento de la lectura), que apuestan por las nuevas herramientas tecnológicas (digital humanities), que conocen el mercado y ponen en valor la cultura como marca (marketing cultural).
Aquí estamos, somos muchos y muy buenos, creativos, innovadores y, sobre todo, letraheridos, amantes de las letras y la cultura que conocen muy bien su significado:
CULTURA > ‘cultivar el alma’.
Debemos reivindicar el valor de nuestra cultura, el legado más importante de nuestra historia que además permanece en el tiempo, no es efímero, no se pasa de moda. La cultura debería ser la mejor oferta de ocio de calidad que puede y debe tener un país.
#elvalordenuestracultura